Creencias sobre el rol de docentes y estudiantes en la universidad y algunas perspectivas hacia el futuro
Sobre formas de salir del bucle de la estructura actual de enseñanza-aprendizaje en la universidad
Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar.
Una de las más valiosas enseñanzas que me brindó la maestría de Cognición, Aprendizaje y Desarrollo es que el cambio en las prácticas de enseñanza-aprendizaje es paulatino y está mediado por las creencias. Ese constructo, que pude estudiar en el marco de la enseñanza del conflicto armado interno peruano, me ha quedado en la mente y me ha hecho mirar diversos sucesos desde diversas perspectivas (porque en ellas se aplica esa conocida frase que afirma que todo depende del cristal con el que se mire).
Las creencias, desde el plano cognitivo que yo elegí para mi investigación, son juicios evaluativos con que los individuos abordan la realidad y que están fuertemente impregnadas por un componente afectivo. A diferencia de los conocimientos que pretenden ser universales y estar validados por la ciencia, las creencias son particulares de la persona o caracterizan a grupos específicos. Estos juicios están tan impregnados en nosotros, los individuos que, en situaciones en las que nos vemos movidos por aspectos afectivos, pueden superponerse a nuestros conocimientos y a nuestras reflexiones racionales.
En el caso de los docentes, esas creencias no solo han sido configuradas por su labor, sino que provienen de experiencias más tempranas. Es decir, se configuran desde la experiencia que estos tuvieron como estudiantes y, luego, se van reforzando con el paso del tiempo. Si tomamos en cuenta que todavía mi generación (por lo menos en provincias y en distritos de menor acceso a recursos, no sé qué tanto en la Lima mesocrática) todavía recibía educación tradicional de lo más tradicional (en el sentido, más autoritario de la palabra), notaremos que los docentes de hoy no están del todo desligados de ese tipo de educación.
Cuando llegué a la maestría de Cognición, Aprendizaje y Desarrollo, todavía manejaba ideas personalistas sobre eventos que habían ocurrido en mis procesos de enseñanza-aprendizaje. Mediante las lecturas y la reflexión, me fui dando cuenta de que esos procesos estaban más generalizados y que impregnan a todos los que participan en el espacio educativo; nos influyen a tal nivel que las podemos encontrar en personas a las que los demás consideran bastante racionales. En buena cuenta, me encontré con que todos estamos impregnados con creencias de educación tradicional. La diferencia estriba en que algunos han reflexionado más sobre ello y han podido encontrar herramientas para salir del bucle de reproducir ese tipo de enseñanza. De esta manera, han evitado generar que sus estudiantes repliquen ese modelo. Sin embargo, las creencias están ahí presentes en todos los individuos, dando batalla por buen tiempo.
En mi caso, fue una maravillosa coincidencia hacer algo de terapia y estudiar esa maestría al mismo tiempo. Eso me hizo reflexionar un montón y trazarme la meta de trabajar mis creencias como aspectos de mejora, y lo pude hacer sin miedo y motivado por crecer como persona. Con el tiempo, entendí que esa disposición se va forjando por espacios en los que te enteras que es importante mejorar. En mi caso, fue el azar el que permitió que me trazara esa meta y esté en la disposición del cambio.
En ese trajín, cuando había empezado a configurar propósitos de mejora, dialogué con diversos colegas en distintos espacios. Algunos estaban más dispuestos a la transformación y otros no tanto. Al principio me frustraba con estos últimos, pero ahí entendí que yo mismo había demorado en mi proceso. Con el tiempo, me iba alegrando cuando, a pesar del discurso de poca disposición, me iban preguntando detalles sobre cómo mejorar algún aspecto puntual de alguna actividad. Eso quería decir que el cambio siempre es posible con la reflexión y que requiere paciencia.
Al mismo tiempo que eso sucedía, empecé a darme cuenta de que era importante que la institución acompañara el proceso de transformación de los docentes. En algunas de las instituciones en las que estaba, los espacios para ello eran obligatorios y, en otros, voluntarios. Dada la urgencia de la mejora creo que las instituciones que optaron porque sea obligatorio hicieron bien, porque cambiar las creencias de los docentes no es un proceso que se logra de forma inmediata, sino que se promueve con el conocimiento y la reflexión que los talleres y los espacios de reflexión ofrecen.
También pude observar que era necesario que los estudiantes fueran conscientes de que la reflexión sobre la mejora de los procesos de enseñanza-aprendizaje influye en la transformación. Para ello, era relevante que ellos identificaran cómo dialogar con el docente sobre los procesos de cambio en las prácticas educativas. Este paso implicaba aprender a ser asertivo y manejar argumentos pedagógicos que les permitieran a los estudiantes establecer un diálogo con los docentes en los que ninguna de las partes se sintiera vulnerada u ofendida. Hoy en día, se ha avanzado mucho en que los estudiantes puedan expresar cómo se sienten. Sin embargo, poco se está abordando el hecho de que esa expresión tome en cuenta cómo se pueda sentir el docente al momento de expresar las emociones y, sobre todo, que esa expresión contenga argumentos pedagógicos propositivos que permitan al docente repensar lo planteado o planificado previamente.
En un curso que una vez enseñé, diseñé un debate en el que se discutieron dos estrategias de enseñanza distintas. Si mal no recuerdo, como parte de un juego de rol, los estudiantes eran parte de dos consultoras distintas que le iban sugerir a una universidad una de las estrategias como la mejor opción para mejorar la enseñanza de sus docentes. Los equipos de estudiantes (que eran dos grandes grupos de todo el salón) debían prepararse para las dos posturas, porque les iba a tocar por sorteo la estrategia que iban a defender para intentar convencer a la supuesta universidad contratante. ¿Por qué pensé ese tema? Una de mis remotas esperanzas era que al menos uno de los estudiantes del salón iba a identificar las ventajas y desventajas de algunas estrategias docentes. A partir de eso, iba a poder algún día colaborar como representante estudiantil, docente, autoridad, profesional, etc. en la elaboración de políticas universitarias de formación que transformaran las creencias docentes y las creencias estudiantiles sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje. Espero que se haya logrado eso en al menos en uno de esos estudiantes.
En esa línea, en la de avanzar hacia el futuro y transformar las creencias, una vez decidí dejar atrás las experiencias que me habían afectado como estudiante o como docente, porque, desde mi perspectiva, lo que me había pasado formaba parte de una estructura mayor que había que atender desde la propuesta a futuro. También es justo mencionar que eso lo comencé a dejar atrás porque pude hacer una terapia que me ayudó en el proceso de transformación.
En ese marco, hoy le propondría a los que quieran iniciar o consolidar el proceso de transformación que aborden con mayor énfasis las políticas universitarias de formación docente y las políticas relacionadas con los procesos de enseñanza-aprendizaje en general. Eso implica, por ejemplo, identificar cómo a nivel curricular se van configurando requisitos que podrían convertirse en aspectos críticos para estudiantes y docentes hacia el final de la carrera universitaria. Además, se puede abordar y negociar las políticas de evaluación a lo largo de todo el plan curricular. También se puede promover y monitorear de manera global programas de acompañamiento docente. Del mismo modo, se puede promover espacios formativos para que los estudiantes cuenten con mayores recursos de asertividad para realizar la negociación con los docentes y para que manejen argumentos pedagógicos que promuevan la reflexión en ellos mismos, en los docentes y en las autoridades. Asimismo, es sumamente importante que los actores del espacio educativo comprendan el rol de las creencias en el cambio en las prácticas educativas.
Todas estas propuestas ponen de relieve que la discusión sobre el cambio de las prácticas requiere una revisión bibliográfica y un proceso de información sumamente sólidos en los que se identifiquen los aspectos cognitivos, emocionales y sociales del cambio. Todas esas tareas aún no se ha abordado. De todo corazón, espero que, en algún momento, se comience a trabajar en las mejoras a partir de la reflexión, porque, si nos seguimos quedando en rumiar lo previo, sin abordar el futuro, vamos a seguir en el bucle o el camino circular, y no va a iniciar la necesaria reestructuración del panorama actual.