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Un repaso por lo que fueron mis creencias sobre mi color de piel y lo que eso implicaba

Como cuando a veces uno piensa en voz alta

Publicado: 2017-06-15

Los vigilantes, en algún punto de mi vida, constituyeron seres confusos. Comparto con muchos de ellos el color de piel y probablemente compartimos mucha historia, orígenes, lugares de residencia, etc. Hubo una época en mi vida en la que andaba a la defensiva con ellos: los imaginaba como aquellos que llevaban a la práctica las órdenes de jefes cuyo celo por la seguridad los hacía desconfiar de cualquiera que no se pareciera a ellos o lo que creían de ellos. En mi mente, como en la de muchos peruanos, se planteaban ideas de trasfondo racista. Asumía, a la defensiva, que si un vigilante me detenía y a los otros los dejaba pasar era por mi color de piel. Asumía que en su mente decía algo lo siguiente: "Este cholo qué va a estudiar acá, qué va a comprar acá, qué va a poder solventar lo que implica estar acá". 

Conociendo a los peruanos y habiendo escuchado frases machistas o racistas en gente de mi entorno escolar, de mi entorno íntimo o del entorno cotidiano de las calles que uno recorre, ese esquema operaba como un reactivo en mí. Lo triste es que algunos sucesos en mi vida reafirmaron esas creencias. Podría haber pasado que esos vigilantes no pensaron eso, pero también podría haber pasado que sí. Es difícil saberlo en el Perú, difícil no desconfiar de las frases que aparentan inocencia y que tal vez no sean tan inocentes (o tal vez sí). Hoy en día, yo suelo llegar cotidianamante a dos lugares. En uno de ellos, los vigilantes esperan hasta que uno muestra el carné, pero en otro es cotidiano que se adelanten un paso para mirarlo mejor. En ese segundo lugar, me vuelven a la memoria esas creencias. En ese fragmento de segundo, pienso en lo que me cuestiono y en cómo detalles cómo esos me hacían sentir desconfianza de los de la seguridad, de mis compañeros, de la gente que pasaba por mi lado. Hoy en día, me pongo a pensar que probablemente son muy celosos con la seguridad. También pienso que sería muy difícil saber que es lo otro y que, incluso si así fuera, el problema es del otro y no mío.

Imagino que ideas así rondan las cabezas de las personas día a día, evento a evento, mirada tras mirada. Yo creo que no solo me sucede a mí. Sospecho, por los actos racistas que he observado y que he vivido, que esa forma de estar a la defensiva se ha consolidado. Por ejemplo, una vez en Cuzco, dos personas de mi familia y yo íbamos a averiguar el precio de un hospedaje e intentamos entrar; recuerdo vívidamente cómo una de las señoras (de un color distinto al nuestro) vino rauda y nos dijo algo así como lo siguiente. "Ustedes no entran acá". No nos dio razones; solo nos impidió la entrada de manera vehemente y nos cerró. Una acción similar nos pasó con un mozo que al ver que queríamos entrar a un restaurante del centro de Cuzco puso el pestillo y, luego, minutos después, cuando volvimos a pasar, el pestillo ya no cerraba la puerta. En esos casos, es difícil no pensar que hacen lo que hacen por el aspecto de uno. Lo malo es que hay gente que genera ese estado de alerta y niega que lo ocasione. 

Hoy en día, asumo que mi color de piel tal vez le pueda generar algún reparo a alguien. Pienso que, si se lo genera, no es mi problema. Es el rollo de aquel a quien perturba mi color de piel. Llegar a esa conclusión, que tan fácil parece, toma un tiempo inmenso y una reflexión constante, y no es sencillo. Eso me hace entender a la gente que está a la defensiva sobre el tema, porque, en el Perú, existen actos que generan ese estado de conmoción. Lo que sucedió con Grecia Pillaca es un ejemplo de ello. No es que no exista el racismo. Se refleja en actos cuando las personas cruzan el límite y llevan a palabras dichas aquello que están pensando. En ese contexto, como individuos que vemos eso día a día, nos acostumbramos a pensar que todo aquel que nos mira puede estar pensando eso, y puede ser que lo esté pensando o no también. Lo importante es que lleguemos a la conclusión de que, independientemente del que lo piensa o no, igual es problema del otro y no de uno. 

Y es sumamente más relevante que sepamos que, si eso se llega a decir y se convierte en acto racista, existen los mecanismos para sancionar legalmente a aquellos que no quieren salir de esos esquemas que los tienen prisioneros.


Escrito por

Geraldo César Flores Suárez

37 años: lingüista, magíster en Lingüística-Estudios Andinos y en Cognición, Aprendizaje y Desarrollo, y candidato a doctor en Psicología


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